Alberto Terry fue uno de los cracks más rutilantes y carismáticos que ha tenido el fútbol peruano. Desde que apareció con la casaquilla crema, se identificó plenamente con ese equipo que llevaba en el corazón. La hinchada lo idolatraba y seguía como un verdadero ídolo.
El «Gringo» nació un día como hoy, hace 86 años, y asomó en la primera división en 1948. Su pinta de galán de cine, con su bigote recortado y su cabellera rubia, adornada por un jopo, lo ubicaron como una figura estelar.
Era un muchacho criollo y pendenciero. Esos atributos lo convirtieron en un verdadero imán para atraer a gran cantidad de damas a las tribunas. Todas y todos querían ver en acción y admirar a la «Saeta rubia».
Cuando el venerable «Lolo» Fernández comenzó a pensar en el adiós de los campos, fue «Toto» Terry quien lo remplazó en el alma apasionada de la hinchada. Esos seguidores deliraban con las cosas que hacía el gringo en el gramado. Rápido, inteligente y hábil. Alguien dijo una vez con muy buen criterio: Terry es un gringo nacido en Miraflores que juega con alma de negro victoriano».
En 1953 el gran «Cañonero» se retiró definitivamente y es cuando «Toto» se quedó como el único emblema crema. Se había convertido en la figura de ese club con el que había soñado jugar desde niño en su querido barrio miraflorino.
El juego de Terry era dulce y talentoso. Hacía las jugadas con tanta destreza, que embrujaba a los aficinados, así fueran del bando contrario. En 1949 comienza su alza. Ese año la gente se deleitó con su juego en la temporada internacional de verano, donde fue refuerzo obligado en todos los equipos locales frente alos extranjeros. Vinieron a jugar los más notables elencos brasileños y argentinos y la figura de «Toto» era bolo puesto en cada partido.
Le llegaron ofertas, del Boca y Fluminense. La respuesta del «Gringo» fue siempre: » A mí de Lima nadie me mueve…. si Lima es más bella que París». Nadie podía imaginarse que «Toto» podría dejar algún día la crema.
En 1955 aparece Sporting Tabaco en nuestro medio, como un club poderoso. No hubo barrera que pudiera detenerlo en conseguir a los mejores jugadores locales y hacer contrataciones extranjeras del más alto nivel. En 1959, Terry fue llamado a la selección para el Sudamericano de Buenos Aires por Don Jorge Orth y de regreso a Lima comenzaron a gestarse las maniobras rimenses para llevárselo a sus filas. «Toto» quería seguir con la crema, pero la situación económica era crítica. Le debían a todo el plantel y tenían que afrontar la renovación de su máxima figura.
En el verano de 1960 se concretó el pase más sonado de nuestro fútbol. Muchos hinchas cremas no podían resignarse a perder a su gran figura. Hasta ahora todavía es motivo de controversia en cualquier reunión de mayores cuando entra al debate ese pase de Terry al Cristal.
Si bien el «Gringo» ganó en plata, perdió en popularidad. Porque la hinchada crema nunca le perdonó el haber cambiado de casaquilla. Esos antiguos seguidores que antes deliraban con sus jugadas y genialidades, se encargaron de hundirlo con sus silbidos.
El pase de Terry por el Rímac fue fugaz. Duró solamente un año. A fines de 1961 optó por retirarse. Alguna vez con algo de nostalgia y arrepentimiento, confesó con el corazón en la mano: «Si yo hubiera seguido en la «U» podía haber jugado fácil unos tres años más… porque sentía el calor de la tribuna. Con Cristal, fue distinto.».
Alberto Terry falleció el 5 de febrero, poco antes de cumplir 76 años, víctima de un cáncer al pulmón.
♦ En 1950 vino a jugar a Lima el Flamengo, Terry reforzaba a todos los equipos peruanos en la temporada internacional y esa continuidad hizo que aprendiera de memoria las palabras claves de los brasileños. Una de ellas era la que le decía el zaguero Lafayette al arquero Castilho, para que le entregara el esférico en corto: «Vai, vai, vai…». En una jugada de presión, un disparo puso en aprietos a Castilho que logró atajarlo. Fue entonces que Terry se avivó y gritó: «Vai, vai, vai…», simulando la voz de Lafayette, el golero «entró al cuento» y le entregó la pelota inocentemente. El «Gringo» la paró y su disparo salió besando el parante ante la sorpresa de los brasileños, quienes habían pecado de ingenuos.
♦ A finales de los años 50, el escritor Alfredo Bryce, entonces alumno de San Marcos, almorzaba en el mítico bar «Superba», en el cruce de Javier Prado con Petit Thouars. De repente, un sujeto se detiene en el dintel de la puerta y grita: «¡Un tallarín, carajo!» No, era otro que el popular «Toto Terry» que hacía su aparición. Bryce recuerda: «El tipo se metía un cerro de spaguettis, se tomaba seis de estos pomos y luego para bajarla se iba a jugar su partido al Nacional. Y así y todo metía unos golazos».
♦ Luego que Terry dejó el fútbol, entro a trabajar como comentarista deportivo y se reencontró con el arquero Gilmar, campeón mundial con Brasil, al que había enfrentado en la Eliminatoria de 1957 para el mundial de Suecia. Luego de los calurosos abrazos y saludos, Gilmar le preguntó:
— Terry, ¿voce se acuerda ese partido que jugamos en 1957 en Lima?
— Claro… ese día empatamos 1-1 y recuerdo que yo te hice el gol.
— Sí, ¿y voce no sabes por qué me hiciste ese gol? Bueno, todo porque yo no comprendía el castellano. Fue una jugada muy rápida. Tú venías con la pelota por el lado izquierdo, y ese palo yo lo tenía bien cubierto. De pronto escuché que le gritaste a un compañero ¿cómo se llamaba? Sí, Rivera… «toma Rivera» y amagaste como que le ibas a dar el pase. Yo moví el pie izquierdo para estar alerta y tú me clavaste la pelota, juntito al palo…
En ese momento, «Toto» soltó una carcajada y volvió a abrazar al correcto arquero brasileño.
— Seguro que si no sabías castellano, no movías la pierna… pero te clavé la pelota justo por la «ratonera».
No cabía dudas, Terry las sabía todas.
ese restaurante aun existe???
Sí existe…
https://www.facebook.com/pages/Superba/108697559189277
esta al lado del cine, verdad?
Ya no es más el cine San Isidro. Hoy, igual que su vecino del frente, están convertidos en casa de culto evangélico. El Superba sigue, desafiando al tiempo…
Buenazo !
alberto toto terry historico crema mas nailon
Y sino como se pide, uno de los grandes
Toto Terry fue amigo de mi papá .Don Toto era pisquero a pesar de que era supervisor de la Backus & Jhonston . De adolescente jugó en La Estrella Roja del barrio del Olivar de San Isidro y mi abuelo Alejandro Cabrera fue su entrenador en ese equipo .Yo lo llegué a conocer a finales de los 80’s . Un tallarín carajo para mi papá y Don Toto allá en el cielo !!!
Eso es leyenda. Seguro era algo parecido a Manco. Los de antes tampoco eran tan buenos como a uno lo hacen creer.
Si la historia la conto Brayce hay que tener cuidado.
Toto iba a la concentración gonca antes del clásico, timbeaba, les sacaba su platita, les quitaba sus rukitas, y se iba a bailarlos en la cancha. Un fuera de serie La Saeta Rubia
Eso es cierto Troy Tempest
Empezo muy joven,de puntero izquierdo,por su velocidad le decian «la saeta rubia»,gano todos los concursos de popularidad de «Ultima Hora»,despues se corrio de interior izquierdo,alcanzo a jugar con Lolo Fernandez,destaco como todo un CRACK en la U y los Seleccionados Nacionales,de gran personalidad y carisma,se retiro muy joven,despues de incursionar en el Sporting Cristal…ALBERTO «TOTO» TERRY,idolo de la U por siempre !!!!!!!!
Toto chocó por detrás al Chevy 56 de mi padre, a bajarse de sus autos y darse cara a cara agraviado y quien chocó, se saludaron y calabaza, calabaza quedó allí.
Toto Terry que veía un partido de las divisiones inferiores del Leoncio Prado frente a la «U», en donde jugábamos mi hermano gemelo -Bore- y yo, se quedó muy sorprendido con él y dijo «Qué bien juega ese muchacho». Lo escuché clarito por que estaba lesionado y veía el partido desde fuera. Se me llenó el pecho de orgullo. Hace más de 30 años de eso. Bore también jugaba de puntero izquierdo.
A Dios gracias, el mítico restaurant «Superba» aun existe, con una ambiente de bohemia que invita a entrar, sobre la comida, ni que decir, la vez que fuimos, resonaba en mi mente tan mítica frase, no pedí un tallarín pero el tacu tacu con apanado era de buen nivel. Sobe la calidad de los jugadores de ante y los de hoy. Solo añadiré que las exigencias físicas de hoy son muy superiores a la de los apachurrantes cincuentas (frase de Thundike), por lo tanto un jugador que consuma un «plato de tallarines groseramente servido), como diría nuestro buen amigo Daniel Silva, se tome 6 botellas de aquellas y se vaya a jugar, lo mínimo que le pasaría sería y un gran buitre antes de los primeros veinte minutos, o algo peor, Lo que si es verdad, los jugadores de los 50’s, en logros, son mejores que los hoy, pero aún mejores fueron la generación del 70’s, con dos mundiales, una copa América y un sub campeonato de Libertadores y varias semi finales de Libertadores. En fin, en días de sequía, todo tiempo pasado fue mejor. Un fuerte abrazo Arkivero.
excelente resumen Patrick, como para tapar bocas de algun ignorante que coemento arriba.
si tratar de hacer polémica es lo que puedo aportar y ojo, Manco fue el mejor jugador sudamericano en menores, no supo aprovechar su memento, como si lo hizo el que era segundo y hoy está en el Real Madrid, algo anecdótico fue los de Messi y un jugador que estuvo hace pocos años en un equipo de provincia, cuando vendieron a Messi, lo criticaron tanto al presidente de su club de procedencia Newell’s Old Boys y se defendió diciendo, bueno se va Messi pero queda Rodas» plop!!
antes los futbolistas tenian calle, ahora todos zonzos, paracen idiotas,sin chispa, sin alam, se hacen la pichi contra los demas paises
Pondran la Foto del humeante TALLARIN (Saltado , supongo) del Supeba en la entrada??..algun Arkivoluntario??
Terry fue un gran jugador como desordenado en su vida personal. Hoy el balompié es más competitivo y una presencia como la del mencionado jugador no sería sostenible en el fútbol rentado actual. Habiendo sido «habitué» del Superba, parecería ser una fábula de Alfredo Bryce Echenique aquello de la forma en que Terry pedía sus fideos en el clásico restaurant y cantina. En efecto, el escritor habría proyectado en Terry la forma en que un compañero de promoción de Bryce pedía sus tallarines tras una juerga de ésas… (hay una carta a «Caretas» de un promocional de Bryce contando la anécdota)… de cualquier forma, qué rico se come en el «Superba» y que gran jugador fue Terry… «Un tallarín, carajo!».
Terry fue un gran jugador como desordenado en su vida personal. Hoy el balompié es más competitivo y una presencia como la del mencionado jugador no sería sostenible en el fútbol rentado actual. Habiendo sido «habitué» del Superba, parecería ser una fábula de Alfredo Bryce Echenique aquello de la forma en que Terry pedía sus fideos en el clásico restaurant y cantina. En efecto, el escritor habría proyectado en Terry la forma en que un compañero de promoción de Bryce pedía sus tallarines tras una juerga de ésas… (hay una carta a «Caretas» de un promocional de Bryce contando la anécdota)… de cualquier forma, qué rico se come en el «Superba» y que gran jugador fue Terry, en su tiempo… «Un tallarín, carajo!».
GH
Toto Terry, era del mismo barrio en Miraflores, la calle Juan Fanning , yo vivía al final de esta, esquina con el Malecón 28 de Julio , y él unas cuadras más arriba. Apesar de ,la edad, me llevava unos 4 años, eramos muy amigos, y lo veía frecuentemente en el Donofrio en Miraflores, donde Toto se reunía con personajes de esa época, principios de la dácada del 50, los hermanos Bello, Brándariz, Quique Pérez, y otros más del Club Terrazas de Miraflores, se reunían en el Bar Inglés, y jugaban cachito y tomaban Capitán, pero Toto era «chelero» y , se tomaba varias, inclusive despues de los parttidos que jugaba, recalaba en ese lugar durante horas, …. yo iiba con Pity Block, que también era del mismo barrio , Pity tenía 18 años y yo 16, y disfrtutábamos de la compañía de ellos, nuestros mayores, y también nos quedábamos un buen rtato con ellos. A Toto lo ví en sus últimos años por el barrio, con la salud ya bien quebrantada , caminando con dificultad, ayudaoo con un bastón…… fué un gran jugador de fútbol y gran amigo. y tengo un gran recuerdo de él…
Eloy Jauregui
Toto Terry / LA SAETA SE TOMA SUS PISCOS
Una crónica de ELOY JÁUREGUI
1.
Toto Terry justificó la lucha de clases que existía en el fútbol peruano en la década del 50. Era del barrio limeño de Miraflores donde se alojaba la mesocracia y uno que otro latifundista en clave de ‘blanco pobre’ pero tenía alma de zambo. Terry terminó con esa creencia que el futbol enfrentaba a blancos y negros –la “U” contra Alianza Lima como decían los doctos– y un día me dijo que al contrarío, el fútbol en el Perú era la única oportunidad donde los pobres podían meterles una pateadura a los poderosos.
La última vez que lo observé estaba entero aunque rengueaba mientras se iba perdiendo en el fondo de su casa como una escena de Antonioni. Es la cojera de la admiración me decía al verlo caminar a don Alberto Terry, “La saeta rubia”, el último símbolo grandioso que tenía la “U” en la misma jerarquía que ostentaba el simbólico Lolo Fernández. Ayer 7 de febrero, me imagino, con esa misma elegante cojera de maestro, se despidió para siempre de nuestro lado, el notable «Toto», dolido de sombras, llorado de adverbios, gritado de asombros. Buen viaje maestro.
Y esa vez, le cayó el amarillo balón la altura del píloro y dormido quedó para rodar hasta el empeine de su pie derecho. El «Toto» prendió el motor, puso quinta y arrancó perseguido por el viento. Correteado por las sombras del descontrol enemigo, luego frenó rompiendo las leyes de la inercia. Varió 49 grados a la derecha y quebró la punitiva guadaña de la impotencia rival. Uno, dos, tres. Los de camiseta verdeamarelha fueron quedando derrotados ante aquel bólido rubio de ojos claros y, repentino, el latigazo partió inclemente con su destreza devastadora. Fue suficiente. El arquero brasileño Gilmar creyó observar un relámpago y un viento ardido cerca al barniz de sus dedos, fue suficiente —lo digo– para alzar el aullido del gol.
Un coro de manicomio en llamas grabó su nombre en la sangre viva de la historia. Fue Gol de Terry hasta en la garganta ecuánime del cielo y desde aquel verano de 1957 hasta éste del 2011 habitan juntos en la memoria celestial. Ahora, allá a lo lejos, Alberto Terry recordará esa visita que le hice a su casa, un pequeño chalet en una arbolada calle del viejo Miraflores, su Miraflores, en ese verano y cómo de tanto recordar y recordar casi nos pusimos a llorar.
–Oiga don «Toto», usted tenía fama de pendenciero– le digo mientras lo mido como a un titán jubilado.
–Sí, pero eran habladurías. Como uno era blanquito y vivía a fondo la vida, decían que uno era muy pendejo. Pero ni crea. Antes había más responsabilidad y la gente trabajaba en lo que le gustaba. Entonces uno era feliz. Igual decían de Valeriano que prendía cigarros con los dólares, esas eran cojudeces. Al contrario oiga usted, había más respeto. A mí no me dejaban que almuerce con el buzo de la selección peruana porque decían que ofendía a la patria. No le digo, la habladuría, los candeleros, eran puras tonterías. Pocho Rospigliosi contaba que para jugar bien, en la mañana usted se iba a Lurín a comerse una frejolada con su papada de chancho. Pocho era buen tipo y sobre todo, un gran fabulador. ¿Quiere que le diga una cosa? No me gustan los frejoles y menos la papada de chancho, todo lo contrario, me encanta la otra papada, esa que usted se imagina.
2.
«Toto» estaba hablando como un cadete antes de pasar rancho. Y es el zumo de la filosofía de la esquina. No tiene nada que ocultar, nada que esconder. Al contrarió, quiere conversar y conversar, contarnos esa vida que observo por las rendijas de la leyenda nacional; su vida como el romance de un viejo capítulo. Y su casa es tan grande como el mismo estadio de Maracaná, y por las mañanas, con garúa y apenas un café aguachento en las tripas, es más grande todavía. Una pintura donde luce la casaquilla nacional encandila su sala pese a que estas horas no hay fluido eléctrico. Se oye el ladrido de su perro de nombre «Whisky» y la voz de un jardinero que acicala refunfuñando un jardín vecino.
Falta un zocotroco de pisco, es cierto, pero la quietud y el rumor a barrio miraflorino, nos devuelve la paz en medio de la depresión melancólica. Su casa grande, semi habitada apenas en la calle Las Dalias. El domicilio de un caballero llamado Alberto Terry, leyenda y su contraparte.
–A mí me contaron que usted había patentado el desayuno «Toto Terry» y que durante los sesenta se puso de moda en barrios limeños más bravos– lo interrogo arrogante.
–¿Qué dice, cómo es eso?—me mira entre sorprendido y engorilado–. Yo no soy cocinero. Cómo diablos voy a inventar desayunos.
–Sí –le insisto–, aquella dupleta a base de un copón de pisco y un cigarro negro rompe pecho, sin filtro.
–No señor –me dice malgeniado–, eso fue lo que decían algunos periódicos. Yo lo único que inventé fue tratar bien a la pelota, a respetar a mis rivales y socorrer al amigo cuando se encontraba en mala situación. Yo tengo formación militar y por mi padre, sé lo que es la disciplina, no me jodan.
Es que don Alberto a los 75 años no es ningún cojudo. Es verdad ahora está un tanto rengueando por una prótesis que le colocaron en la cadera, allí donde se aloja el cóndilo de la cabeza del fémur; un mal de la popularidad; la misma dolencia que martirizara a Teodoro «Lolo» Fernández y al mismo Mario Minaya. Pero igual, Terry se desplazaba por toda la casa, ahora posando para el recuerdo con su trofeos, se acariciaba el bigotito, contestaba el teléfono, se multiplicaba con su memoria, se desmarcaba mientras encendía el VW para que el motor no agarre frío y juraba siempre decir la verdad, toda la verdad.
–Mi familia era ligeramente acomodada, de clase media. Mi padre fue Comandante de la Marina, pero para mí nunca existieron diferencias sociales. Yo de muchacho paraba en todos los barrios y en todo Lima siempre me hice de amigos. ¿Hasta en La Victoria? Ahí me querían más que a zambo aliancista.
3.
Era palomilla y buen gallito de pelea. Por algo nació en Barranco, ahí cerca del Puente de los Suspiros. Luego se mudaron a la calle Diego Ferré en Miraflores que en aquellos años se llamaba el barrio de Balta donde alunizaba el último bus de la línea Tacna-Trípoli y era comarca de «Los Tagarazos». ¿Qué diablos eran Los Tagarazos, Toto? pregunto ignorante hasta el tuétano. Eran los que ahora se llaman los pitucos, gente bien y no de tan bien. Pero ese no era nuestro caso, ya al tiempo nos trasladamos a esta parte, a Las Dalias que era la zona de La Reserva. Yo estudiaba en el colegio Maristas, por la Diagonal y paraba con toda la gallada en el club Terrazas…
–¿Ahí aprendió a jugar fútbol?—le insisto más sorprendido que apenado.
–¡Claro! Ahí y en las calles de Miraflores. Mire usted. Antes por esta zona existían muchos terrenos baldíos. Nosotros armábamos la cancha y jugábamos en el terral como en cualquier potrero hasta que se fuera el sol y más tarde todavía. ¿Y qué decía su papá? El viejo siempre me enseñó a practicar los deportes, pero si llegaba de noche y yo me demoraba me agarraba a patadas. Mis padres descendían de los Arias Schereiber de Ancash, eran pues de formación provinciana y rectísimos con la educación. Yo fui hijo único, imagínese el celo que tenían conmigo.
–Don Alberto ¿Y los estudios?
–Ahí sí que me agarró. Yo era flojón y bien mataperro. Por eso el viejo de cariño me puso «Perote». Por aquellos años mi padre sufrió un accidente y tuvieron que amputarle una pierna. Como era marino, su institución lo envió a Alemania a rehabilitarse. Viajamos todos en un barco llamado «Dusseldorf». Llegamos a Berlín cuando los alemanes ya comenzaban su gran guerra. Yo fui testigo de persecuciones y el clima de terror contra los judíos y contra cualquier otro que no fuese bien gringo. Felizmente que por el pelo y los ojos yo pasaba piola. Después, al regreso, los viejos me matricularon en el Colegio Alemán. Precisamente, ese barco en el que regresamos se quedó en la rada del Callao porque los mismos marinos alemanes lo quemaron. Ya había estallado la guerra y el Perú había roto relaciones con el «Eje».
4.
Vargas Llosa describe buena parte de su novela «La ciudad y los perros» en estas calles; Porta, Ferré, Ocharán, Colón. Calles por donde Alberto Terry chivateo con holgura y desparpajo. La patota, las muchachas, los primeros Pasos de la guaracha de la vida. «Toto» sin embargo, tenía sus secretos de estado, otras atracciones para engordar la filosofía. Su domingo era la cola para el viejo Estadio Nacional antes que el cine o el circo o la playa. Y ubicado en su solitaria madera noble del recinto deportivo, gritaba y gritaba los goles de «Lolo», esos que le empujó al arquero Rottman de Velez argentino un día memorable de 1936. «Toto» Terry, con sus 7 años, pegado para siempre a la malla de su pasión «crema» interminable, de aquel Universitario de Deportes que tiempo después sería solamente suyo.
–Mi padre se llamó José Alejandro Terry e hizo lo imposible para que ingrese al Colegio Militar Leoncio Prado. Tuve que agarrar viaje pujando. En 1945, Miraflores se modernizaba, construyeron nuevas urbanizaciones, llegaba gente nueva y las muchachas eran cada vez más lindas. Yo salía del colegio los sábados con mi uniforme bien bacán. El barrio se alborotaba. Lamentablemente ese año murió mi viejo y nuestra vida cambió un poco…
–¿Y quiénes eran sus amigos o usted era bien sobrado?
–Pa’ su madre, éramos una patota gigante. Los Schenone, los Ballocci, los Sologuren, los Barrios, los Del Solar. Había rivalidad entre el Boca Juniors de la calle Las Dalias y el Botafogo de la calle Balta donde ya jugaban Alberto y Guillermo Santillana, unos hermanos que también llegaron a jugar por la «U». El «Toto» sigue dando órdenes familiares. Que no te olvides de comprar esto, que llama a fulano, que a cuánto estará el dólar.
5.
Y retoma la vida suya. Aquella que dice que veinte años no son nada, que fue Alberto, Santillana quien no pudo jugar un miércoles por el «Bota» contra la Reserva de la «U», y lo llamaron al «Toto» y esa tarde la rompió, y el entrenador de los «cremas», don Arturo Fernández, lo observó y le dijo que se quedara. Y al domingo siguiente, aquel blanquito de Miraflores ya debutaba en el mismísimo Estadio Nacional contra el Sporting Tabaco, jugando tete a tete con sus ídolos, en una delantera que esa tarde formó con Oliver, Espinoza, el gran «Lolo» Fernández, Baldovino y él.
Sí damas y caballeros, el «Toto» Terry, con sus apenas y justos sesenta kilos de elegancia y sus apenas 17 años. En el otro recinto de su casa, el gran cuartel de los llantos incendiados, ahí está un retrato enorme, con el marco respetado por las doradas polillas de las causas olvidadas. La foto con toda la facha de «paloma» con desodorante y colonia «4711». Esa imagen retocada por el pincel del respeto polícromo de algún pintor calzado en botines de fútbol, paleta con la insignia de la «U» y suspensor de hierro elástico. Y el perro «Whisky» sospechando que este cronista es fanático del Sport Boys, no para de ladrar.
–Pero usted ya era medio militar le digo casi como un recluta a la hora de la revista.
–Un poquito no más retruca con un tono a coronel retirado y con gasolina gratis pero más me gustaba la pelota. Pichón debuté y me moría de miedo. Ese primer partido me jodió. A la mitad del segundo tiempo ya tenía un tirón en la pierna izquierda y por la noche regresé como torero al colegio militar, en hombros, no por haber cortado rabo y oreja sino porque estaba hasta las cangallas.
–¿Y como hacía para entrenar, cómo para llegar al club?
–El presidente de la «U» don Eduardo Astengo fue hasta el colegio y pidió permiso. Felizmente que el subdirector, el comandante Leónidas Astete era el socio número tres del club y no hubo problemas. Lo malo estaba en que me tenía que levantar a las 4 de la mañana para ir a entrenar porque viajar en esa época desde La Perla hasta Lima era una odisea. A las 4 partía la camioneta que traía la leche al colegio, yo me trepaba junto a los porongos y llegaba todavía muy temprano a la Plaza Dos de Mayo. Ahí hacía tiempo con los emolienteros hasta esperar que don Guillermo, el portero, se despierte y me abra la puerta. Bueno pues así empecé y al año siguiente salí goleador del campeonato con 19 goles.
–¿Y por qué entrenaban tan temprano o tan tarde?
–Porque así era pues en ese tiempo, la mayoría trabajábamos o estudiábamos y al entrenador no se le podía escapaba ninguno. O uno llegabas con la cara limpia o llegabas hasta las huevas. Don Arturo Fernández era bien sapo. Fíjese que en esa época no existían concentraciones ni niño muerto. A todos se los pulsaba por el tufo o porque después de diez minutos ya estaban con la lengua afuera…
–Y usted se veía con buena cobranza, me imagino.
–Jamás, durante dos años me la pasé de cantor. Era amateur, con las justas para unos cigarritos que al final los repartía en el colegio. Después el hombre se hizo conocido ídolo galán de portadas e imán de taquilla. Tenía su estilo, jugaba con las medias bajas, como los guapos. No le interesaban las patadas. Lo perseguía Diego Agurto del Boys para que no sea figurín, «Toto» esquivaba, lo toreaba. Al «Puma» Matias famoso carnicero dos veces lo hizo leña y con huchitas. Tanto lo correteaba que una vez le puso el taco en la rodilla y lo jodió para siempre. «El Puma» terminó con los meniscos en la miseria. En el fútbol no se podía ser cojudo. Yo jamás le tuve miedo a nadie, pero tampoco era huevón. Tuve un famoso conato con Félix Fuentes un par de cachetadones y ahí murió el payaso. Es que en esos tiempos no había cambios y uno no se podía dejar expulsar. ¿Se acuerda de Mr. Charles Dean? Ese era un árbitro inglés que en su idioma le hacía a uno recordar a su madrecita. Y que lo diga Agapito Perales, tremendo pendejo. Con Mr. Dean se acabaron los «vivos» del fútbol.
–Y cómo andábamos de mujeres, mi querido maestro.
–Normal. Ahora la gente habla mucho de los cueros, pero en mi época, las enamoradas, las chicas en general, se respetaban y uno las respetaba.
–Pero usted tuvo fama de mujeriego y de murciélago.
–No ve, otra vez con la misma cantaleta. Yo era futbolista y de Universitario y de la selección. Ese fue mi oficio, no tuve otro… «Palpitante y jubiloso/ como el grito que se lanza derrepente un aviador/ todo así claro y nervioso,/ yo te canto ¡Oh jugador maravilloso!/ que hoy has puesto el pecho mío como un trémulo tambor». (Juan Parra del Riego, dixit, pero antes de). Entonces cuenta que también era bueno en el mambo y la guaracha, el bolero y el danzón. Que le encantaba Perz Prado y tiene una foto con la señora Tongolele. Que paraba en La Cabaña de Radio Victoria escuchando en vivo a Los Embajadores Criollos, a don Oscar Aviles. Que fue timbero desde el hipódromo de San Felipe y hasta Monterrico. Y hasta tuvo caballos de carrera porque fue dueño del Stud Los Agiles con los Guinea y Felipe Rospigliosi.
5.
Y fue famoso en Surquillo también, porque como los buenos miraflorinos paró en el bar «El Triunfo» y después hizo yunta con Miguelito Loayza. «Pez acróbata que al ímpetu del ataque más violento/ se escabuye, arquea, flota,/ no lo ve nadie un momento,/ pero como un submarino sale allá con la pelota…/»(Parra del Riego otra vez). ¿Y verdad que le pegaron en Huatica? pregunté osado más que asado. Jamás. Ahí no tuve intenciones de «matar». Además, cuando yo pasé por allí, ya la cosa era recuerdo. Usted sabe que es ver¬dad que era amigo de los aliancistas, e incluso jugaba cartas con ellos antes de cualquier clásico en el local que estaba sobre el cine «Lux», y los vacilaba y también me jodían. Pero todos éramos recontra amigos, con Cornelio, con los Castillo, con ese señor llamado Guillermo Delgado con quien nos comíamos unos bonitos fritos con su «Lija», todos bien patas. Claro, a la hora del partido era otra cosa.
–Ya, dígame una cosa, ¿Cuánta plata le dejó el fútbol?
–Buena, lo suficiente para vivir bien. Yo tuve contratos para irme al River, al Lazio de Italla, el Audax de Chile, y hasta el Sport Huamanchumo de Sipán. Pero más me gusta Lima. ¿Sabe? Lima para mi siempre fue mejor que Paris, que Roma. Aquí estaban mis «Chilcanos de Pisco» mi seviche. Yo moriré comiendo seviche y tratando de seguir bailando tango aunque se mueran los cantores.
–Usted fue artista de radionovela…
–Cierto, con Beba Fletchelle, en Radio Sport de Juan Sedó. En ese tiempo uno paraba con Betty di Roma, con Anakaona con el ritmo de «El Pinguino», el «Embassy», «El Olimpico»…
–No existía «pichicata»– le digo para seguir picándolo.
–Oiga, usted más parece de inteligencia. Mire, yo tomaba mis tragos, era burrero, me gustaba la música y le hice cinco goles a Chile. Cómo me iba a gustar la droga, ni cojudo. No le digo que no la haya probado, pero quien no se enamora de sus tías, ni cojudos.
«Y el ronco oleaje crema que se quiere desbordar,/ saltan pechos, vuelan brazos y hasta el fin,/ todos se hacen los coheteros/ de una salva luminosa de sombreros/ que se van hacia la luna a gritarle allá: ¡«Toto»!¡«Toto»!¡«Toto»!/Eso es todo don Alberto.
tremenda crónica que pinta de cuerpo entero y desmitifica al ídolo crema y de la Selección, gracias jorge por el aporte
un fuerte abrazo a todos los Arkiveros
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