Ya subiendo las escaleras hacia los camarines, y en medio de todos los «sobrinos», un chiquillo muy serio y solemne dice «permiso, permiso». Y el mismísimo Tío Johnny se hace a un lado para dejarlo pasar.
¡El enanito! gritan los sobrinos y, corriendo tras él, se meten en el camarín.
La llegada de «Medio gramo», el enanito, les ha servido de aviso. Roncayulo no tarda en llegar. Y se sientan tranquilos a esperarlo.
Hasta que llega Antonio Salim, el popular Roncayulo del callejón de doña Cañona y Medio Gramo, de Gutapercha y doña Epidemia. Su llegada es recibida con gran entusiasmo. No se puede dudar de su tremenda popularidad.
Quéee cosa… ¿quéee cosa?, le dicen los chiquillos tratando de imitarlo. Y él les responde: «un besito para este zambo o les meto la casposa… por mi marecita… quee cosa».
Le dan un beso. Hacen unas bromas y se van.
Entonces Antonio Salim, el rubio ex cantante de tangos, amigo de todos y palomilla empedernido, se sienta ante un espejo y empieza a maquillarse para convertirse en Roncayulo; el zambo del callejón que «se las sabe todas»; que siempre se las ingenia para vivir sin trabajar; picaro y bromista, pero con un corazón grande y noble. El Roncayulo, esposo de doña Epidemia de la televisión que, en la vida real, es el Antonio Salim hermano de Johnny Salim y el que contrajo matrimonio hace apenas unas semanas con Liliam Rodríguez («Por mi marecita que mi esposa no tiene celos de doña Epidemia… ¿quéee cosa?)
− ¿Tú mismo te maquillas?
Yo mismo todo compadre. Yo invento a mis personajes, sus barbas y sus quimbas; yo les invento la manera de hablar, de moverse. A mí nadie me ha enseñado nada. En los diez años que tengo en la televisión sólo he tenido Director –en el verdadero sentido de la palabra– unos cuantos meses. Sin embargo ya varios críticos me han proclamado como el mejor actor de la TV, me han dado premios, la gente me quiere, mi popularidad es enorme y no sólo en Lima sino también en provincias.
Salim habla a borbotones. Lo hace de manera tan franca y sencilla que da la impresión de ser muy poco modesto. En ese sentido, Salim y Roncayulo son idénticos.
− Yo quisiera salir a provincias −, dice. Sé que a la gente le encantaría verme personalmente pero mis obligaciones con el canal cinco no me dejan tiempo para nada. También quisiera dedicarme a dirigir, pero no puedo hacerlo por el momento.
− ¿Crees que en verdad eres buen actor y que inclusive podrías dirigir a otros?
Yo no digo que soy buen actor. Los periódicos lo dicen, los artistas extranjeros que vienen aquí también lo dicen. Además yo lo mismo hago de zambo que de judío, alemán, viejo policía, es decir yo mismo hago de todo. Y creo que puedo dirigir teatro porque tengo cerca de quince años metido en esta actividad. Yo se cómo se debe dirigir…
Salim transpira entusiasmo y energía. Roncayulo diría que «está embalado». Su optimismo es envidiable y hasta contagioso.
Los estudios de televisión siempre tienen aspecto desordenado. Dan la impresión de que nada está en su sitio y que todo está a medio hacer. Faltando pocos minutos para la transmisión de su programa, los electricistas suben y bajan escaleras conectando cables, mientras que los carpinteros y decoradores mueven y martillean mesas y cortinas armando el escenario.
Pero eso es solo apariencia. Aunque no lo parece, prácticamente todo está en su sitio y terminado. Todo a sido previsto con tiempo.
Para ese entonces los actores ya deben de saber sus papeles. Ya deben haber memorizado los libretos y los movimientos en el escenario. En la televisión no se puede permitir la improvisación, salvo que se trate de un programa donde participe el público. Para los buenos directores, como para los actores profesionales, éste es un principio sencillamente sagrado.
Mientras los carpinteros martillean dando los últimos toques al escenario, Antonio Salim, ya vestido y maquillado de Roncayulo, se pasea entre ellos con el libreto en la mano. Lee en voz alta, gesticula, se ríe. Está aprendiendo el libreto que le dieron tres días antes. Naturalmente, así no lo aprende a la perfección, como debía ser. Pero él sabe como arreglárselas. El sabe que una vez frente a las cámaras, su ingenio reemplazará las líneas que no logre memorizar. Sino recuerda la frase que debe servir de «pié» para que hable doña Epidemia, él dirá «ya pué doña Epidemia, no se me haga y desembuche…» Y ella hablará y actuará como si nada hubiese pasado.
− ¿Qué tal eras como estudiante?
− No creo que me hayan jalado alguna vez… por lo menos no recuerdo.
− ¿Qué edad tienes?
− 35 años.
− Hace tiempo dijiste lo mismo…
− Ya ves, soy hombre de una sola palabra…
Long Play «El callejón de los nudistas» con Roncayulo y Epidemia (Sono Radio),
El aplauso es un gran estímulo pero también una enorme venda. Así como alienta a mayores esfuerzos, lleva a apresuramientos si no se tiene serenidad. Y Antonio Salim está recibiendo muchos y grandes aplausos.
Ya se está hablando del «Show de Antonio Salim». Los partidarios de esta idea confían en la versatilidad de Salim. El mismo es uno de ellos. Los contrarios consideran que en estos momentos resultaría prematuro, que ello equivaldría a confiar única y exclusivamente en las condiciones innatas del actor, en lugar de hacerlo en base a tres elementos esenciales: libretista, director y actor.
Además, en los actuales momentos habría que preguntar ¿qué pasaría con el Show de Tulio Loza si se le retira a Roncayulo? La respuesta tendría que ser una de estas dos: o se cancela el Show o Loza vuelve a presentar a Camotillo el Tinterillo.
Aunque en menor escala, también sufrirían «Cancionísima» y «El Tornillo», donde Salim es figura primerísima.
Se puede asegurar que Salim es un actor innato que está necesitando –a gritos– de un buen director. Sus cualidades son visibles hasta para el menos entendido. Pero también está necesitando un poco más de dedicación a su profesión. Los ensayos son tediosos y aburridos; pero son indispensables. El estudio es cansador y agota, pero también es indispensable. De lo contrario se cae en la eterna historia de actores, con buenas condiciones, que nunca llegan a la cumbre. Y el actor Antonio Salim, y todos sus personajes, pueden ganar mayores triunfos. El público quiere verlos triunfar, porque quiere seguir riendo con un programa sano. Con un poco más de esfuerzo, Salim lo puede conseguir.
− ¿Estudias para perfeccionarte?
Por mi marecita que sí…
− ¿Por qué tanto «por mi marecita»?
Esto si lo digo con toda seriedad. Esos juramentos los digo con todo respeto y cariño. Se trata de una costumbre muy limeña y muy sana. No tienen el menor ánimo de ofensa ni cosa por el estilo… por mi marecita compadre que soy buena gente.
Entre preguntas y respuestas Salim se «convirtió» en Roncayulo. Luego, entre martilleos y un set a medio armar, terminó de aprender el libreto. «Listos que vamos al aire», anuncia el encargado del programa. Y Roncayulo empieza a hacer de las suyas frente a las cámaras. Y todos a reír. (Fuente: Revista Informa)
Una pregunta que siempre me ha corrido en la cabeza de nuestro entranable Antonio Salim es: Que tal actor dramatico habria sido?