Arriba: afiche de «Un Espía por Error» (1966)
El 28 de setiembre de 1966 se exhibía en los cines de Lima la película «Un Espía por Error» (The Glass Bottom Boat). Estrellas: Doris Day, Rod Taylor y Eric Fleming. Esa misma mañana se tomaba una fotografía de Fleming en una canoa sobre el río Huallaga. Minutos después ocurría el accidente fatal durante el rodaje de la película «High Jungle» (Selva Alta). Fleming, actor de cine y TV norteamericano, se había convertido en la primera víctima fatal del cine en el Perú.
«Selva Alta», la cinta norteamericana filmada en el Perú, llevaba un 70% terminado. El trama de esta película de corte aventurero, cuya acción se desarrolla a mediados del siglo 19, fue interrumpida por el golpe concreto de la fatalidad. Fue un desenlace inesperado y trágico para todos los participantes.
El productor/director Thomas McGowan junto a Eric Fleming en el Río Huallaga durante el rodaje de «Selva Alta». Foto: EBAY
Thomas McGowan, el productor de carácter bonachón, no era un advenedizo en el Perú. Había producido ya una cinta aquí, sobre la búsqueda de los restos del explorador Percy Fawcett, perdido en Brasil en 1925. Después McGowan estuvo produciendo para Walt Disney y otros. El argumento de este nuevo proyecto lo indujo a volver al Perú, cuyos escenarios naturales eran ideales. A mediados de 1966, McGowan apareció con su sonrisa amiguera y sus dólares que también beneficiarían a buena cantidad de artistas locales.
Pero se necesitaban tres actores de cierta categoría internacional, y éstos fueron cedidos por la Metro Golden Mayer: Anne Haywood, Nico Minardos (griego residente en los Estados Unidos) y finalmente Eric Fleming, actor cinematográfico que tuvo el papel protagonista de capataz en el western de gran éxito ”Rawhide” (”Praderas del Oeste”. 1959-1966) junto a un jóven Clint Eastwood, en la serie que lo lanzaría a la fama. También había participado como actor invitado en las temporadas séptima y octava de en la famosa serie «Bonanza» (1966) .
Arriba: Intro de Bonanza con la participación de Eric Fleming (1966) Abajo: Domingos Alegres presenta: «Praderas del Oeste» (Revista SEA, 1963)
Después de los preparativos indispensables, se fijaron como escenarios para la película Tingo María, Pucallpa, Huánuco y Paracas. Luis Álvarez y Jorge Montoro, los reconocidos actores peruanos formaban también parte del grupo de producción junto a los artistas y técnicos extranjeros.
El grupo de 32 personas en total, incluyendo el personal administrativo, trabajó afanosamente desde el 20 de agosto hasta el 15 de setiembre en Tingo María. Ese día se trasladó a Pucallpa, donde con la colaboración de la tribu shipiba de Yarinacochas se siguió filmando. Tocaba, entonces, emprender viaje a Huánuco para llegar prácticamente a las finales, restando sólo dos escenas en Paracas. Pero se decidió hacer un descanso en Tingo María en vista del excesivo trabajo realizado, y aprovechar para rehacer unas cuantas tomas, incluyendo la de una correntada. Esta debía de ser la última toma y la sería, pero debido a una tragedia.
A continuación un relato extraído de la web de los fans de la serie «Rawhide», página que ya no está disponible en internet. Ahí, el actor Nico Minardos relata lo que ocurrió sólo tres semanas después del incidente en el río Huallaga. La lectura es desgarradora:
Domingo 25 de septiembre
Habían pasado casi seis semanas desde que penetramos la selva. Durante ese tiempo nos dimos cuenta que era uno de los lugares de rodaje más complicados que se nos había asignado. Las serpientes mortíferas, las hordas de mosquitos, las hormigas de cinco centímetros de largo y la intensa humedad que hacían imposible mantener el cuerpo seco, eran amenazas constantes. Quizás lo único que nos mantenía firmes era el conocimiento de que nuestro material sería inédito, y que un trabajo fílmico como este sería muy difícil de volver a realizar debido a las peligrosas condiciones.
Nuestra ubicación para la película ”High Jungle” estaba situada en una de las regiones más inaccesibles del Perú. El proyecto se había iniciado hace ocho meses. Yo fui el primero en firmar contrato para interpretar a un español que, junto con un teniente del ejército estadounidense, se adentra en selvas inexploradas en la región del Río Amazonas en busca de una joven cautiva de una tribu de indígenas. La película sería ambientada al año 1850. Eric Fleming gozaba ya de un retiro adelantado en Hawaii, y sería nuevamente el papel de un aventurero el que marcaría su regreso por la puerta grande de Hollywood.
Anne Heywood (derecha), una actriz británica, fue elegida para encarnar a una inglesa que se une a nosotros para buscar a su esposo también desaparecido. Todos estábamos muy entusiasmados con el proyecto que se filmaba como parte del programa ”Las Aventuras del Mago de Oz» para ABC y que se lanzaría simultáneamente como una producción de la Metro Golden Mayer. La productora tenía grandes planes y planeaban usar el programa como un spin-off para una nueva serie de televisión que tendría a Eric y yo como protagonistas.
Introducción de ”Las Aventuras del Mago de Oz», (ABC, 1967)
Nos encontrábamos en Pucallpa. Habíamos estado filmando escenas durante varios días en una aldea llamada San Francisco, a dos horas en balsa por el río Ucayali. Hacíamos los preparativos para regresar a Tingo María por el río Huallaga para concluir la última toma peligrosa que nos faltaba. A partir de entonces, todo sería como un juego de niños después de lo que habíamos experimentado. Sólo quedaban escenas que nos mostrarían a los tres caminando a lo largo de senderos por la jungla, o en los Andes sorteando montañas montados en mulas. Todo lo que se necesitaba en Tingo María era una secuencia de Eric y yo disparando en las aguas turbulentas del Río Huallaga.
El actor Nico Minardos, autor del relato.
En las últimas semanas, los dos habíamos tiroteado desde una canoa en los tramos más domésticos del Ucayali. Los indígenas nos habían enseñado cómo usar la canoa de 9 metros de largo, que se ahueca del tronco de un árbol. Su ancho era equivalente al cuerpo de un hombre. En comparación con las aldeas más remotas, tanto Pucallpa como Tingo María eran lugares civilizados. Sin embargo, todavía estaban en las etapas pioneras de desarrollo: calles fangosas sin pavimentar, sin sistema de alcantarillado y los hoteles eran cualquier cosa. El mejor hotel en Pucallpa era el único con ocho habitaciones, y la vista principal desde el comedor al aire libre, ofrecía a señoras revolcándose en el barro a pocos metros de distancia.
Viajamos en autobús desde Tingo María hasta Pucallpa, si es que se puede llamar autobús a una chatarra de cuatro ruedas con un motor chisporroteante. La ruta se extendía 25 kilómetros a través de una montaña que invitaba a la muerte. El viaje duró unas doce horas aparentemente interminables y en el camino, el conductor nos iba señalando los restos oxidados de camiones y autobuses que se habían desbarrancado hacia su destrucción. Su revelación de que rara vez había sobrevivientes desde las altas caídas de los precipicios tampoco ayudó a aliviar nuestra ansiedad.
Para evitar la pesadilla del viaje de regreso en autobús a Tingo María, Eric, su prometida Lynne Garber (que había acompañado al actor desde el principio) y yo decidimos arriesgarnos a viajar por el aire. Soy un piloto con licencia y alquilamos una avioneta de cuatro asientos de un misionero en Pucallpa. Viajamos por la tarde. El apóstol era un experimentado piloto de la selva, pero para sentirme tranquilo, me senté en el asiento del copiloto para verificar cada uno de los movimientos.
Eric Fleming y su novia Lynne Garber.
Eric y Lynne se sentaron en la parte trasera de la avioneta. Fue un vuelo impresionante de una hora y 45 minutos, y desde el aire los peligros se divisaban aún más inquietantes. Una pérdida repentina de potencia en el único motor del avión resultaría fatal. Ante un aterrizaje forzoso, la densa jungla, las montañas y los furiosos ríos no ofrecerían protección alguna. Al igual que todos los pilotos rurales, el misionero utilizaba los ríos como guía y único sistema de navegación disponible. Siguió el curso del Huallaga (uno de varios ríos en el área que se unen para desembocar en el Amazonas) hasta Tingo María. Llegamos a altas horas de la tarde para registrarnos en el hotel. A diferencia de los barrios de Pucallpa, el Hotel de Turistas era poco más que un refugio de las lluvias torrenciales. El resto del grupo, Anne, los directores, el camarógrafo y varios asistentes planearon hacer el viaje en autobús al día siguiente.
Lunes 26 de septiembre
Nuevamente pasé una noche inquieta luchando contra los mosquitos y el sofocante calor. Las temperaturas no disminuían y las mallas no eran capaces de mantener en raya a los insectos. Era imposible reposar sin la ropa puesta si no querías que tu cuerpo sea un festín de picaduras al día siguiente. Dormí completamente vestido, pero dos veces durante la noche me desperté: mis prendas estaban empapadas pese a tener dos ventiladores encendidos a toda potencia. Ese día, los tres nos tomamos las cosas con calma esperando la llegada del resto del grupo.
Conocí a Eric cuando protagonizaba ”Rawhide” (”Praderas del Oeste”) junto con Clint Eastwood. Nunca antes habíamos trabajado juntos pero en este lugar nos habíamos hecho muy amigos. Lynne era una mujer encantadora y los tres nos llevamos muy bien desde el principio. Ellos habían estado comprometidos extraoficialmente desde casi cinco años y planeaban casarse después del rodaje. Para pasar el rato durante las horas cálidas solíamos jugar cartas. Era nuestra única diversión en la monotonía de la jungla.
Arriba: Toma publicitaria de «Rawhide» con Clint Eastwood y Eric Fleming. Abajo: Introducción de la serie. La canción fue utilizada en la película «Los Hermanos Caradura (1980)
Tomamos un desayuno ligero juntos: café, huevos y fruta. La humedad hacía imposible mantener un buen apetito. Nos sentamos alrededor del hotel matando el tiempo. Nuestro principal consuelo era que en sólo unos días estaríamos lejos de este infierno, filmando en temperaturas más agradables en los Andes. Esta era mi primera visita a Sudamérica, aunque había leído mucho sobre el terreno accidentado por autores como Peter Matthiessen («The Cloud Forrest»). Sin embargo, no fue hasta que volamos desde Lima que realmente sentí respeto por el terrorífico realismo de la jungla; su belleza impresionante, su desafiante reto a la muerte.
Lo que aparentemente habían sido ”cuentos chinos” sobre hombres devorados por salvajes y serpientes cuyas venenosas mordeduras te mataban en cuestión de segundos se tornaron demasiado reales. En el hotel te topabas seguido con algún lugareño que sin forzar la imaginación contaba pavorosas experiencias. Aunque los indígenas de la zona eran amigables, sólo a pocos kilómetros de distancia, hombres blancos habían encontrado muertes horribles a manos de los salvajes.
Escuchamos que recientemente, un indígena había sido mordido en el brazo por una Surucucú, la víbora más larga del mundo y para salvar su vida, se amputó el brazo derecho con un machete. Para mí era increíble ver cómo los humanos podían sobrevivir en la zona, especialmente los indígenas. Las mujeres estaban desnudas de cintura para arriba, las condiciones insalubres invitaban a la peste. Sus hogares eran meramente plataformas construidas sobre soportes, a pocos metros sobre el suelo para evitar ser arrastrados por las inundaciones. Los techos eran de paja y no tenían paredes.
Para el lunes por la tarde, el resto del grupo se había unido a nosotros. Esa noche nos sentamos en la entrada del hotel y jugamos Corazones, alargando las horas para enfrentar otra noche de lucha contra los insectos.
Eric Fleming (centro) junto con el equipo y elenco de «High Jungle».
Martes 27 de septiembre
Comenzamos a filmar escenas en la orilla del Huallaga. Las Palmas es un caserío a 17 kilómetros del Hotel de Turistas en Tingo María, río arriba. Y era ahí donde el Huallaga formaba una correntada sumamente peligrosa que daría un impresionante verismo a la escena. El rápido descenso del río desde su origen en lo alto de los nevados lo convierte en uno de los viajes más traicioneros del mundo para sortear navegando.
Tanto Eric como yo estábamos de muy buen humor esa mañana. Todo el equipamiento de las cámaras funcionaba con baterías, y la pérdida de energía solía producirse debido a diversas dificultades técnicas. Sin embargo, todo estaba funcionando bien y no tuvimos problemas para establecer la primera fase de la escena donde navegaríamos un tramo de corrientes de unos 300 metros de largo.
La cámara rodó sin fallas mientras nos mostraban en la orilla, preparándonos para entrar a la canoa. Yo llevaba botas altas y pesadas, pantalones de color canela y una camisa blanca de la época, con manga bombachas que eran populares en esos tiempos. Atado a mi cintura tenía una pistola de cañón largo de las que se usan en las películas de piratas. Eric estaba más ligeramente vestido. Llevaba sandalias en lugar de botas y no tenía pistola.
Thomas McGowan. Eric Fleming y Nico Minardos preparan la última escena. Foto: EBAY
Esa tarde tuve mi primera sensación de inquietud. Al caminar por la orilla con Eric, noté rápidamente que este no era un recorrido ordinario de las corrientes. Era completamente diferente del tipo que habíamos navegado sin contratiempos en el Ucayali.
Docenas de grandes rocas sobresalían, creando remolinos gigantes de agua turbia hirviendo, mientras las corrientes se estrellaban alrededor de las rocas. Peor aún, de repente el río se curvó en un ángulo agudo. Se necesitaría una fracción de segundo para cambiar el curso de la canoa y hacer el giro para no estrellarnos contra las rocas. Hasta ese momento habíamos hecho todas nuestras propias escenas de riesgo, pero ahora consideramos seriamente aceptar la oferta del director de utilizar dobles. Alrededor de la hora de la cena nos enteramos que esto sería imposible. Los indígenas, que nos servirían como dobles se negaron rotundamente. Estaban asustados; incluso el más experimentado de los barqueros del río en Tingo María no lo intentaría por ninguna cantidad de dinero.
Probablemente la falsa confianza de que ambos éramos buenos nadadores fue lo que disipó nuestras preocupaciones. Acordamos que incluso si estuviéramos en peligro podríamos salir nadando. Habiendo tenido más experiencia con la navegación desde otros lugares, traté de convencer a Eric de que si algo salía mal deberíamos quedarnos en la canoa. Si se volcaba, sujetarla hasta que nos lleve por aguas más tranquilas y luego nadar hacia la orilla. Sería inútil luchar contra la furiosa corriente. Eric movió la cabeza desinteresadamente, mientras charlábamos y comíamos pescado frito y luego nuestro postre favorito de plátanos fritos cubiertos con miel. Muy pronto, nos habíamos olvidado por completo de la filmación en las corrientes que se programó para el día siguiente.
Tratando de olvidar también el calor, nos reímos y bromeamos en la terraza del hotel. Hablamos sobre hacer la serie juntos. Eric había jurado que nunca volvería a comprometerse con otra serie después de las largas temporadas que dedicó a ”Rawhide”. Pero mientras vivía en Hawaii, se dio cuenta que no estaba listo para vivir sentado en una mecedora. Esos días soleados de ocio se habían vuelto aburridos. Económicamente, podía darse el lujo de holgazanear en la playa por el resto de su vida pero la motivación de Eric era demasiado poderosa como para sobrellevarlo.
El resto del grupo se fue a la cama a luchar contra los insectos. Nosotros tomamos un par de tragos y seguimos conversando. Nuevamente discutimos qué increíble era haber completado todo menos esa última escena sin ningún rasguño. Ansiosamente hicimos más planes para tomarnos unas vacaciones juntos después de terminar de la película. Planeamos reunirnos en Key West, Florida, para pasar unas vacaciones. Mi esposa, Julie, se uniría a nosotros en Miami y los cuatro iríamos juntos. Nos retiramos alrededor de las 10:30 pm. Eric me sonrió mientras se dirigía a su habitación, «Duerme bien, probablemente lo necesitemos mañana».
Eric Fleming en las orillas del río Huallaga antes de
empezar la última toma de «High Jungle».
Miércoles 28 de septiembre
Por primera vez durante semanas de adaptación a las condiciones más primitivas me desperté irritado. No pude precisar por qué. Simplemente me sentía fastidiado y todo a mi alrededor me causaba molestia. Varias veces esa mañana perdí la paciencia, gritando al director e insultando al equipo. Cada vez que lo hice me disculpé rápidamente. Las cámaras se apostaron río abajo en la orilla izquierda de la corriente, a pocos metros de la orilla y se hicieron todos los preparativos. Tenía que remar la canoa desde la parte trasera y Eric estaría al frente. No todos los días se hace una película en Tingo María y en la orilla del río había muchos indígenas curioseando. Entre técnicos ayudantes y público, unas 60 personas espectaban la escena.
Solía conducir autos de carrera y sé lo importante que es conocer tu curso. Caminé nuevamente a lo largo de la orilla del río, mirando el caldero hirviente de las aguas. No me gustó nada. De repente, tuve una idea. Tal vez se podría amarrar una cuerda a la canoa y alguien fuera del alcance de la cámara podría guiar el bote desde la orilla. Estaba jugueteando con un largo trozo de cuerda, tratando de asegurarlo a la canoa cuando Eric se acercó.
«Eso nunca funcionará», me dijo riéndose. Eran casi las 12:30, y una gran masa de nubes oscuras se dirigía hacia Tingo María. Si resultaba ser una gran tormenta, podría significar un retraso de dos o tres días más antes de obtener la escena. Todos lo sabíamos, especialmente Eric, y no teníamos ningunas ganas de sentarnos a esperar que la lluvia cesara. Todos estábamos ansiosos por partir al día siguiente en avión hacia Lima, donde podríamos tomar nuestra primera ducha caliente en semanas y descansar unos días antes de completar la película.
Con una expresión seria y preocupada en su rostro, Eric echó otro vistazo al cielo feo y ennegrecido que se aproximaba. Lentamente sacudió la cabeza y luego, sonriendo, me dijo:
«¡Nico, ahora o nunca!». Esas fueron las últimas palabras de Eric. Silenciosamente tomamos posiciones en la canoa y varios indígenas nos empujaron hacia la corriente principal.
Eric Fleming y su coestrella Nico Minardos embarcan la canoa
el 28 de septiembre de 1966.
Durante los primeros 50 metros más o menos, sentí que había actuado de manera bastante ridícula al pensar que algo podría salir mal. Viajábamos a un ritmo rápido, pero al atrapar la principal corriente del río, esta servía como navegador alrededor de las rocas. Había poco que remar, la corriente estaba haciendo el trabajo. Todo lo que teníamos que hacer era esperar.
Con un sonido de mil cañones, la seguridad momentánea que había sentido desapareció. La canoa se atornilló en un caldero de corrientes en la curva del río, tan furiosa que la nave no era más efectiva que un palillo de dientes. Comenzamos a tragar mucha agua cuando nos sumergimos. La espuma comenzó a inundar la embarcación y el agua se chorreaba desde la proa con una fuerza tremenda.
Tanto Eric como yo estábamos tan ocupados tratando de mantener la canoa en posición vertical con nuestros remos que no había tiempo para ayudarnos. De repente, noté que Eric comenzaba a ponerse de pie. Supe de inmediato que planeaba saltar. Cuando hablamos sobre los peligros que podían ocurrir, traté de convencerlo que lo más prudente sería quedarse en la canoa. Eric, sin embargo, estaba acostumbrado a correr olas, y para un surfista la primera reacción cuando ocurre un problema es saltar para no ser golpeado en la cabeza por la tabla.
«¡No saltes!» Grité frenéticamente. «¡Por favor, no saltes!» Si lo escuchó o no, nunca lo sabré. Sin embargo, lo dudo porque el rugido del agua golpeando las rocas en la corriente era ensordecedor. Sin darse la vuelta, se metió en un remolino furioso y desapareció. Probablemente Eric pensó que si saltaba, me vería obligado a seguirlo y ambos nos salvaríamos. No tuve tiempo para ninguna elección. Sin el peso de Eric al frente, la canoa se catapultó hacia arriba, bañándome con una pared de agua. En una fracción de segundo, la canoa se dio vuelta y luchaba sumergido bajo el agua. Mi frenético esfuerzo por llegar a la superficie era infructuoso. Yo era un ancla humana. Mis botas, la pistola atada a mi costado, las malditas mangas de la camisa llenas de agua me arrastraban hacia el fondo. Me mordí los labios con desesperación pero la presión de la corriente era insoportable y me obligaba a tragar agua.
La debilidad vencía mi cuerpo. Todos los huesos habían sucumbido a la fatiga. Me estaba muriendo. Mis ojos parecían cerrarse automáticamente y me encontré alejándome cada más de la realidad. Solo pensaba que era mi fin, ninguna otra idea entró por mi cabeza, me encontré aceptando la muerte. De hecho había renunciado a cualquier esperanza de sobrevivir cuando de repente mis ojos se abrieron de nuevo mirando por el agua amarillenta a un objeto borroso frente a mí. Era el extremo medio sumergido de la canoa. Dios o algún poder lo había puesto allí porque pude retomar la fuerza que creía haber perdido y sujetarme. Con una segunda oleada de esfuerzo milagroso me puse de pie, forzándolo más profundamente en el agua y creando un trampolín para hacerme saltar a la superficie. Logré tragar una bocanada de aire que me salvó la vida antes de volver a hundirme. Esta vez supe que iba a sobrevivir. Me aferré al bote hundido mientras la corriente nos arrastraba más allá de la curva, y hacia aguas más tranquilas donde el bote derivaba en un remolino. Cuando comenzó a girar, pataleé con los pies hacia la orilla.
Un niño indígena, de 10 o 12 años, estaba parado con el agua hasta las rodillas. Me agarré a él y usé su hombro como soporte para recuperar el equilibrio. Mis rodillas temblaban violentamente. Rápidamente volteé la cabeza hacia el río para buscar a Eric. Vi su cuerpo girando como un corcho en uno de los remolinos. Era una contracorriente que yo había logrado superar con éxito mientras me aferraba a la canoa. La forma en que su cabeza estaba boca abajo en el agua me llenó de terror. Eric probablemente estaba muerto, pensé con una sensación de náuseas. Los mejores nadadores estarían indefensos ante corrientes tan fuertes como esta. Eric se había rendido, como yo.
Comencé a nadar en un frenético intento de agarrarlo, ya que la corriente principal lo estaba llevando río abajo. Fue inútil. Todavía estaba demasiado empapado y agobiado. Había logrado arrancarme la pistola del cinturón. No hubo tiempo para quitarme las botas o quitarme la camisa. Mientras tanto, dos indígenas recuperaron la canoa y la trajeron flotando cerca de mí. Los empujé a ambos y les señalé desesperadamente el cuerpo flotante de Eric. Pudieron acercarse con la canoa y el indígena que estaba delante lo agarró del pelo. Todos desaparecieron momentáneamente en otra serie de corrientes.
«Gracias a Dios», dije en voz alta. Eric podría tener una oportunidad si lo llevan a la orilla a tiempo para darle respiración artificial. Luego me doblé de dolor. Había tragado una considerable cantidad de agua sucia. Vomité no sé por cuanto tiempo. Cuando pude volver a ponerme de pie, vi que la canoa estaba en problemas. Un nativo tenía un firme control sobre la cabeza de Eric y trata de llevarlo a la canoa, que, volteada, había varado cerca a una roca. Colocó a Eric de medio cuerpo sobre la embarcación y trataba de salvar su propia vida. Pero en cuestión de segundos todo se perdió. La última oportunidad de Eric desapareció cuando la canoa se estrelló de nuevo y su cuerpo resbaló y fue arrastrado por la corriente. Para salvar su propia vida, el indígena tuvo que soltar a Eric. Ambos llegaron a la seguridad de la orilla mientras que el cuerpo de Eric desapareció en las turbias aguas.
Todo fue más horrible aún cuando supe que Lynne había presenciado la tragedia desde la ubicación de las cámaras. Estaba histérica de dolor. Los otros miembros de la compañía y yo buscamos hasta el anochecer el cuerpo a lo largo de las dos orillas, aunque temíamos lo que pudiéramos encontrar.
Esa noche, en el Gran Hotel, todos estaban demasiado conmocionados para decir o hacer cualquier cosa excepto retirarse a la solitaria miseria de sus habitaciones para enfrentar horas agonizantes de tormento, sabiendo que un amigo estaba muerto en algún lugar de la despiadada selva.
Jueves 29 de septiembre
Continuamos la búsqueda junto a casi un centenar de indígenas. Una vez más no hubo esperanza, y nuestras mentes no se tranquilizaron mucho cuando los pobladores nos contaron que un cuerpo podría salir a la superficie después de tres o cuatro días. Algunos cuerpos perdidos en el río nunca habían sido localizados. Los indígenas creen que son devorados por peces o bestias de la jungla cuando son arrastrados a tierra.
Me sentí demasiado desgarrado como para hablar mucho durante el día. De alguna manera, no podía creer que estaba vivo y que Eric estaba muerto (1). Especialmente cuando me contaban lo que pasaba desde la orilla cuando estábamos luchando por nuestras vidas. Sabiendo que Eric era un buen nadador, la principal preocupación de los que nos observaban era yo, puesto que llevaba ropa y equipo pesado encima. Todos me buscaron frenéticamente durante por lo menos tres minutos. Habían visto a Eric saltar, y pensaron que estaba bien. ¡Ojalá hubieran ido en busca de Eric! Siempre me preguntaré si hubiera marcado alguna diferencia. En cualquier caso, estaré eternamente agradecido por ese momento milagroso en el que pude alcanzar y aferrarme nuevamente a la vida.
Han transcurrido tres semanas desde que vi morir a Eric. Lynne, Anne y yo hemos regresamos a casa desde ese lugar aparentemente abandonado por Dios. El cuerpo de Eric fue localizado por los indígenas río abajo varios días después que volamos a Lima y luego a Hollywood (2). Era un pequeño consuelo a la luz de lo ocurrido pero fue un alivio más grande para mí. Sentir que Eric permanecería en la jungla era para mí tan escalofriante como lo fueron sus últimas palabras, «¡Ahora o nunca!”.
(1) Fleming no fue devorado por las pirañas, ni comido por un cocodrilo, según un rumor que extendió el director de «Rawhide», Ted Post, que detestaba a Fleming.
(2) El diario La Prensa publicó que el cuerpo de Fleming fue donado a la Facultad de Medicina de San Fernando para que alumnos realicen sus pruebas. Lynne Garber, novia y testigo del hecho había dispuesto la donación. El cadáver se encontraba en formol pero los entendidos creían que había pocas posibilidades de utilizarlo puesto que estaba muy desgarrado. La fosa común del Presbítero Maestro, fue, se dice, su último destino.
Fuentes: Medium y Caretas.
Impresionante, intenso y crudo el conmovedor relato de Nico Minardos de esta tragedia y sus fascinantes pormenores.
Nico fue un actor promedio, de roles limitados , de invitado o ‘extra’, sin embargo su «Brush with Fame» en los 50s fue el ser conviviente de Marilyn Monroe y posteriormente novio de la bailarina Juliet Prowse, futura conquista del entonces sensación Frank Sinatra.
Interesante
Q pasa con arkivperu se murieron sus comentaristas?